En la era digital en la que vivimos, nuestros datos personales se han convertido en un recurso muy valioso. Empresas como Google y Facebook han acumulado una gran riqueza al recolectar y utilizar nuestra información. Pero, ¿a quién pertenece realmente esta riqueza?
El uso de big data por parte de estas empresas puede resultar tanto conveniente como inquietante. Por un lado, agradecemos las recomendaciones personalizadas de Netflix y la precisión de los anuncios de Facebook. Por otro lado, nos sentimos incómodos al pensar en cómo estas empresas nos vigilan y manipulan a través de nuestros datos.
Si bien el concepto de big data ha existido por un tiempo, nuestra incomodidad con él es relativamente reciente. La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos puso en evidencia muchas de las ficciones poderosas en las que creíamos, incluida la creencia en la benevolencia de la industria tecnológica. Ahora existe una mayor conciencia pública sobre cómo un puñado de grandes empresas utilizan la tecnología para monitorearnos y manipularnos. Esta conciencia es algo maravilloso, pero si queremos convertir los sentimientos negativos hacia la tecnología en algo más duradero, necesitamos radicalizar la conversación.
Es positivo que más personas vean un problema donde antes no lo veían. El siguiente paso es mostrarles que el problema es mucho más grande de lo que piensan. El big data no se limita a las empresas tecnológicas que conocemos, sino que describe una forma particular de adquirir y organizar información que es cada vez más indispensable para la economía en su conjunto. Cuando pensamos en big data, no solo debemos pensar en Google y Facebook, sino también en la industria manufacturera, minorista, logística y de atención médica.
Comprender el big data es crucial para entender lo que el capitalismo es actualmente y lo que está llegando a ser, así como para explorar cómo podríamos transformarlo. Rosa Luxemburgo observó una vez que el capitalismo crece al consumir todo lo que no es capitalista. Se come el mundo, para adaptar la famosa frase del inversor de Silicon Valley, Marc Andreessen. Históricamente, esto a menudo ha implicado el imperialismo literal: un país desarrollado utiliza la fuerza contra uno subdesarrollado para extraer materias primas, explotar mano de obra barata y crear mercados. Sin embargo, con la digitalización, el capitalismo comienza a devorar la realidad misma. Se convierte en un imperialismo de la vida cotidiana, comenzando a consumir cada momento.
En la película clásica de ciencia ficción “The Blob”, un meteorito aterriza en un pequeño pueblo llevando consigo una ameba alienígena. La ameba comienza a expandirse, devorando personas y estructuras, amenazando con engullir todo el pueblo, hasta que la fuerza aérea interviene y la transporta al Ártico. El big data eventualmente se volverá tan grande que devorará todo. Una forma de responder a esto es intentar eliminarlo, arrancar el Blob y desecharlo en el Ártico. Eso es lo que parece querer una cierta escuela de críticos de la tecnología. Escritores como Franklin Foer denuncian la digitalización como una amenaza para nuestra humanidad esencial, mientras que los “refuseniks” de la industria tecnológica nos advierten sobre los efectos psicológicos perjudiciales de las tecnologías que ellos mismos ayudaron a crear. Este es el camino de la retirada de lo digital, hacia lo “auténticamente humano”, una idea que generalmente se asocia con leer más libros y tener más conversaciones cara a cara.
La otra opción es construir un mejor Blob. En lugar de rechazar por completo la tecnología, podemos trabajar para mejorarla y utilizarla de manera ética. Podemos exigir una mayor transparencia y regulación en el uso de nuestros datos personales. Podemos promover la educación y conciencia sobre el big data y sus implicaciones en la economía y la sociedad. Podemos fomentar la innovación responsable y el desarrollo de tecnologías que beneficien a todos, en lugar de solo a unos pocos.
El big data es una realidad con la que debemos aprender a convivir, pero también es una oportunidad para reflexionar sobre el futuro que queremos construir. No podemos permitir que unas pocas empresas controlen y manipulen nuestra información sin consecuencias. Es hora de tomar medidas y transformar el big data en una herramienta para el bien común.