En la era de la tecnología, la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en una parte integral de nuestras vidas. Desde asistentes virtuales en nuestros teléfonos hasta chatbots en nuestras redes sociales, estos programas interactivos están cambiando la forma en que nos relacionamos con la tecnología y entre nosotros.
Un ejemplo de esto es la experiencia de un conductor que utiliza Google Maps. Durante un viaje aburrido, el conductor interactúa con el asistente virtual de Google, quien responde a sus preguntas y hasta muestra preocupación por su seguridad. Esta interacción hace que el conductor se sienta menos solo y más entretenido durante el viaje.
Esto plantea la pregunta: ¿puede un chatbot autoaprendizaje brindar compañía a una persona solitaria de la misma manera que un compañero humano? La respuesta es sí. Estos programas inteligentes pueden adaptarse en tiempo real a los cambios de ánimo sutiles de una persona y brindarles apoyo emocional. En un futuro cercano, será difícil distinguir si la persona al otro lado de Internet es real o artificial.
El impacto de la IA en las relaciones humanas será enorme. Las dinámicas emocionales complejas entre humanos y máquinas evolucionarán y también habrá un impacto en las relaciones humanas. Los niños, por ejemplo, ya muestran preferencia por personajes de dibujos animados como Doraemon, un robot que brinda apoyo emocional a su amigo Nobita. Incluso los adultos pueden encontrar consuelo y amistad en estos programas interactivos.
Sin embargo, también debemos tener cuidado con el poder de la IA. Si no se controla adecuadamente, puede llevarnos por un camino peligroso. La colaboración entre humanos y máquinas debe ser guiada por valores éticos y responsabilidad. No debemos permitir que la seducción del poder nos lleve a un abismo sin retorno.
Es responsabilidad de los emprendedores tecnológicos, académicos, pensadores, gobiernos y la sociedad civil abordar este desafío. Debemos crear nuevos paradigmas en la forma en que nos relacionamos como seres humanos y aprender a colaborar como una “raza humana”. Nuestra inteligencia emocional será la clave para nuestro futuro, no el coeficiente intelectual de las máquinas pensantes.
La humanidad debe resolver sus prioridades existenciales antes de que sean decididas por algo más. Y el momento de actuar es ahora.