La continua caída de la confianza pública en Facebook es una buena noticia para aquellos de nosotros que hemos estado advirtiendo sobre los peligros del “extractivismo de datos” durante años. Es reconfortante tener pruebas finales y definitivas de que debajo de la retórica grandilocuente de Facebook de “construir una comunidad global que funcione para todos nosotros” se encuentra un proyecto cínico y agresivo: construir una aspiradora global de datos que succiona de todos nosotros.
Al igual que otras empresas de esta industria, Facebook gana dinero adentrándose profundamente en nuestros datos personales: los “me gusta” y los “pokes” son simplemente la forma en que nuestros datos salen a la superficie, al igual que las compañías de energía perforan profundamente en los pozos de petróleo: primero las ganancias, luego las consecuencias sociales e individuales.
Además, el futuro digital prometedor, donde los anuncios personalizados y astutos subvencionan la provisión de lo que incluso Mark Zuckerberg llama “infraestructura social”, ya no es algo que muchos de nosotros daremos por sentado. Si bien los costos monetarios de construir y operar esta “infraestructura social” pueden ser cero, al menos para los contribuyentes, sus costos sociales y políticos son quizás aún más difíciles de calcular que los costos del petróleo barato en la década de 1970.
Estas realizaciones, tan repentinas e impactantes como puedan ser, no son suficientes. Facebook es un síntoma, no una causa de nuestros problemas. A largo plazo, culpar a su cultura corporativa probablemente resultará tan inútil como culparnos a nosotros mismos. Por lo tanto, en lugar de debatir si enviar a Zuckerberg al equivalente corporativo del exilio, debemos hacer todo lo posible para comprender cómo reorganizar la economía digital en beneficio de los ciudadanos, y no solo de un puñado de empresas multimillonarias que ven a sus usuarios como consumidores pasivos sin ideas políticas o económicas ni aspiraciones propias.
Los obstáculos que se interponen en el camino de esta agenda transformadora son muchos y, peor aún, son estructurales, no es probable que se resuelvan con una aplicación inteligente. Estos obstáculos se derivan principalmente de las inquietantes dinámicas del capitalismo contemporáneo, que es más estancado de lo que nuestra obsesión por la innovación y la interrupción revela, en lugar de nuestra supuesta adicción a las redes sociales o el abuso de las compañías tecnológicas de esa adicción.
En resumen, es hora de reflexionar sobre el papel de Facebook y otras empresas tecnológicas en nuestra sociedad. Debemos buscar soluciones que beneficien a los ciudadanos y promuevan una economía digital más justa y equitativa. La confianza pública es un activo valioso y es responsabilidad de todos protegerla y fomentarla.