Convertirse en perfeccionista puede ser una lucha interna constante. El deseo de alcanzar la perfección en cada tarea puede consumirnos, llevándonos a pasar horas tratando de pulir cada detalle, corrigiendo cada pequeña imperfección una y otra vez. Sin embargo, ¿es realmente la perfección lo que hace que nuestro trabajo sea bello?

A menudo asociamos la perfección con la belleza, creyendo que solo alcanzando un producto o resultado impecable lograremos capturar la atención y el reconocimiento de los demás. Pero, ¿y si te dijera que los defectos, las imperfecciones y la rugosidad alrededor de un trabajo son los que realmente generan su belleza?

La perfección, en muchos casos, está motivada por el deseo de aprobación externa. Nos preocupamos de ocultar nuestros errores y debilidades, temiendo que al mostrar nuestra autenticidad dejaremos de recibir validación. Sin embargo, al intentar ser perfectos, también escondemos lo que nos hace humanos.

La belleza de lo imperfecto se manifiesta cuando mostramos nuestra verdadera esencia, con todos los fallos y errores que nos hacen únicos. Es como esas alfombras Navajo que incluyen errores en sus patrones, no como un fallo, sino como un recordatorio de la imperfección humana. Las imperfecciones tejidas a propósito en la tela crean una historia visual que va más allá de la perfección manufacturada en serie.

Existen conceptos como “wabi-sabi” en la cultura japonesa que nos invitan a apreciar la belleza de lo simple, lo imperfecto y lo efímero. Se trata de reconocer que nada es eterno, nada está terminado y nada es perfecto. Esta perspectiva nos libera de la presión por alcanzar la perfección y nos permite abrazar la belleza de lo auténtico, lo genuino y lo humano.

En un mundo obsesionado con la perfección, lo imperfecto destaca. La visible fatiga de un entrenador, el error tipográfico en un artículo, el quiebre en la voz de un cantante; todos estos detalles exponen la humanidad del creador ante los demás, haciéndolos más cercanos y auténticos. A través de esas imperfecciones, se revela la verdadera belleza que radica en lo genuino.

En conclusión, la perfección puede tener su lugar en ciertos contextos, pero es en las imperfecciones donde encontramos la verdadera esencia de la belleza. Abrazar nuestros defectos, mostrar nuestras vulnerabilidades y celebrar nuestras imperfecciones nos conecta con nuestra humanidad y nos permite crear trabajos realmente bellos y auténticos. La próxima vez que te enfrentes al desafío de la perfección, recuerda que, a menudo, son las grietas en el pavimento las que dejan pasar la luz y revelan la verdadera belleza del camino.

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Source: Medium