En marzo de 1984, un secuestro sacudió Osaka de manera inesperada. Hombres enmascarados con armas arrastraron a Katsuhisa Ezaki, presidente de la multimillonaria empresa de confitería Ezaki Glico, fuera de su bañera. Esto marcó el inicio de una serie de eventos que desconcertaron a la policía y a la sociedad japonesa en general.
Ezaki, un hombre cuyo nombre era reconocido en tiendas y máquinas expendedoras en todo Japón, líder de una empresa que representaba vitalidad y salud para millones de japoneses, fue secuestrado bajo un escenario impactante. A pesar de que logró escapar después de sesenta y cinco angustiosas horas, los secuestradores no se conformaron con su fracaso en obtener un rescate y continuaron sus acciones delictivas bajo el nombre del “Monstruo de las 21 Caras”.
Este grupo de criminales desafió a la policía y a las grandes compañías alimenticias del país a través de una serie de chantajes y actos vandálicos, incluyendo amenazas de envenenamiento de golosinas con cianuro y la difamación de marcas reconocidas en todo Japón. Su objetivo era desestabilizar a las empresas de alimentos y sembrar el caos en la sociedad.
A pesar de los esfuerzos de la policía, que se vieron reflejados en fracasos continuos para capturar a los culpables, el Monstruo de las 21 Caras logró mantenerse en el anonimato y burlarse de las autoridades, generando un clima de miedo y desconfianza en la población. Incluso después de su repentino silencio, las teorías sobre su identidad y sus motivaciones siguen siendo motivo de debate en la sociedad japonesa.
En resumen, el caso del Monstruo de las 21 Caras es un recordatorio escalofriante de cómo un grupo de criminales puede desafiar a todo un sistema policial y empresarial, dejando un legado de caos y desconfianza en su camino.
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Source: Medium