Andrew Carnegie nació en 1835 en una pequeña casa en Dunfermline, Escocia. Su familia, por muchas generaciones, se había dedicado a la industria textil como maestros tejedores. Sin embargo, con la llegada de la revolución industrial y los telares impulsados por vapor, el negocio familiar colapsó.
A los 12 años, Carnegie se trasladó con su familia a Pittsburgh, donde vivían sus dos tías. Todos ellos dormían en una habitación. A la edad de 13 años, Carnegie comenzó a trabajar en la sala de calderas de una fábrica textil, teniendo frecuentes pesadillas sobre la explosión de la caldera. Posteriormente, consiguió un trabajo como mensajero en una oficina de telégrafos.
Ya en su adolescencia, Carnegie se esforzó por conocer a la gente del pueblo, y a los 17 años, consiguió un empleo como telegrafista y asistente de un hombre del ferrocarril local por un sueldo mensual de $35. Con el tiempo, se convirtió en una parte vital de la gestión del ferrocarril y también aprendió a invertir.
En 1865, Carnegie renunció al ferrocarril y se trasladó con su madre a un lujoso hotel en Nueva York. Pocos años después, organizó la primera de sus siderúrgicas, que con el tiempo se convirtió en un imperio gracias a innovaciones en el procesamiento del acero.
En 1897, Carnegie regresó a Escocia y adquirió la finca Skibo Castle de 40,000 acres. A los 66 años, vendió su empresa de acero a JP Morgan por $480 millones y fue nombrado el hombre más rico del mundo. Sin embargo, su enfoque cambió hacia la filantropía, dedicando los últimos 18 años de su vida a donar a bibliotecas, parques, educación, artes y paz mundial.
Andrew Carnegie es un ejemplo clásico de ascenso desde la pobreza hacia la riqueza, y un modelo a seguir en términos de generosidad y servicio a los demás. Su historia nos enseña sobre la importancia del esfuerzo, la perseverancia y el impacto positivo que podemos tener en la sociedad.
Fuente: Este artículo fue originalmente publicado en successstorysunday.com
Source: Medium